«Flotando sin esfuerzo alguno.»
(Las palabras le proporcionaron una profunda satisfacción).
«Me sentaba allí; me sentaba, a mirar y mirar, y al cabo de un rato me encontraba flotando.
Flotaba con los cisnes en la suave superficie, entre la obscuridad de abajo y el
cielo tierno y pálido de arriba. Y al mismo tiempo floto en la otra superficie, entre el aquí y la lejanía, entre el entonces y el ahora. Y entre las dichas recordadas y la insistente atormentadora presencia de una ausencia.
Flotaba en la superficie, entre lo real y lo imaginado, entre lo que nos viene de afuera y lo que nos llega de adentro, de muy, muy adentro.»
(Se llevó la mano a la frente y de pronto las palabras se trasformaron en las cosas y los sucesos que representaban; las imágenes se convirtieron en hechos.)
«Flotaba como un ave blanca en el agua.
Flotaba en un gran río de vida… un gran río liso y silencioso, que fluye con tanta, tanta serenidad, que una casi podría pensar que el agua está dormida. Un río dormido. Pero fluye irresistiblemente.
La vida fluye silenciosa e irresistiblemente hacia una vida cada vez más plena, hacia una paz viviente, tanto más profunda, tanto más rica y fuerte y completa cuanto que conoce todos sus dolores y desdichas, los conoce y los acoge y los convierte en una sola cosa con su propia sustancia.
Y hacia esa paz está flotando ahora, flotando sobre ese río liso y silencioso, que duerme pero que es irresistible, y es irresistible precisamente porque duerme. Y yo floto con él.
Floto sin esfuerzo alguno. No tengo que hacer nada. Me abandono, permito que me arrastre, pido a ese irresistible río dormido de la vida que me lleve adonde va… y sé que adonde él va es adonde yo quiero ir, adonde debo ir; hacia una vida más plena, hacia una paz viviente. Por el río dormido, irresistiblemente, hacia la reconciliación absoluta.»
La Isla,
Aldous Huxley.
Pingback: Planes que no son planes. | nod_